lunes, 7 de diciembre de 2009

El precio de una vida.

De la calidez de un seno materno, a la crudeza del dolor que cuesta abrirse camino para salir a la vida.

Un nacimiento, una ilusión, una responsabilidad, una vida en tus manos.

A la alegría se suma la preocupación de la que no te libras, pensando y esperando que todo vaya bien.

Y aumenta la familia, y el amor compensa las noches sin dormir.
Y crece tu orgullo mirándote en tu retoño que crece.
Y te acostumbras a esa nueva responsabilidad que llena tu vida.
Pasa el tiempo y cuando piensas que todo esta bien, alguien que no piensa, coge un coche sin carné y sin seguro, da marcha atrás y de un golpe te rompe la vida.
Te la rompe porque se lleva con su insensatez la vida de tu pequeño de solo dos años.
Y ahora te dicen que sigues vivo, que la vida continua, y que creas en la justicia.

¿Pero quién te lo devuelve?
¿De qué justicia te hablan? ¡Tu no estás para entender de justicia!
¿Indemnización? ¿Cuánto vale una vida?
¿Quién le de vuelve a él la vida?
¿Quién tenía derecho a robarle su futuro y a ti el orgullo de verlo?

Pasa el tiempo y tristemente la vida continua, en eso si tenían razón.
Han pasado tres años antes de una sentencia.
En esos tres años la vida te ha dado una hija que te ayuda a seguir en pie y te da un nuevo motivo para vivir, un nuevo sentido a tu vida.

Y por fin llega la sentencia.
Una multa de 300 euros pagaderos en 50 días a 6 euros diarios.
Eso dice que valía la vida de tu hijo.

¿Quién tiene autoridad moral para decir qué precio tiene una vida?
¿Qué clase de persona es capaz de valorarla en tan poco?
¿Y a eso le llaman justicia?

Un juez, autoridad suprema en su sala dicta la sentencia.
Yo me pregunto.
¿Cuánto valen los zapatos que lleva?
¿Y el cinto? ¿Es de piel y de marca a juego con los zapatos?
¿Y el traje y la camisa?
¿Qué coche tiene? O ¿cuántos coches tiene?
¿Qué se gasta en un cena?
¿Y sus vacaciones, donde las pasa?

No lo sé, pero francamente pienso que cualquiera de estas cosas seguramente superará los 300 euros.

Y yo me quedo con la voz entrecortada del padre cuando leía la sentencia en televisión.
Y con los ojos y la cara de su madre cuando decía:
¡Es que la vida de mi hijo vale más que la de un perro!

Parece una frase hecha, pero no, hoy en día cualquier perro de raza, entre las más comunes no baja de 600 euros.

Y yo, una amante de los animales,
a los que nunca me ha gustado ponerles precio,
le digo que si señora, que la vida de su hijo valía más que la de un perro.

¡La vida de su hijo no tenía precio!